Cuando te levantas y estás a punto de perder la vida, los días parecen mejores. Y es que ¿quién me mandaría a mí tener la tonta manía de secarme el pelo todas las mañanas?
Era una mañana como cualquier otra. Me costó levantarme, encendí la calefacción y me sumergí en una ducha de agua hirviendo capaz de escaldar a un pollo evitando mirarme en cualquiera de los múltiples espejos, soy de manías fijas. Salgo, vuelvo al mi cuarto, enciendo el ordenador, me pongo algo de ropa y vuelvo al baño a secarme el pelo. BUM. Explota, sin más, después de 19 años a mi lado decide dejarme, pero se ve que andaba resentido por tantos años de servicio, porque intentó llevarme con él con una señora descarga eléctrica. Gracias a los santos plomos que les dio por saltar, sino sería una humeante masa de carne (más aún).
Estoy en un estado de extraña felicidad, no es que las cosas vayan mejor, porque sigo sin encontrar trabajo y cada día me mandan más trabajos, toda una paradoja. Se trata de algo más, como si algo hubiese hecho click, como una de esas frases tan manidas tipo la vida está para vivirla.
Y ya que estamos, fuera complejos, que me apetecía. Y una cosa más, el sexo sólo es sucio si se hace bien.