7.10.09




Un patinazo. Quizás una acertada equivocación. Un salto abismal entre una alejada capital de provincia; antañona, orgullosa, casi medieval en muchos aspectos, con un enrevesado sistema de castas que nada tiene que envidiar a la sociedad hindú; y la capital de los muy nobles e insignes reinos españoles.
Un aterrizaje casi doloroso en medio de una lujuriosa vegetación de acero, vidrio, hormigón armado y piedras nobles. El silencio nocturno, poder distinguir las estrellas en un cielo limpido, dar grandes paseos en los que se cruza la ciudad entera han dado paso a interminables viajes en metro, una continua nube del color de algodón de azúcar de la feria y no ver estrellas ni en la plaza de Oriente

Y da comienzo el principio, una vida, un lienzo en blanco que en teoría podrías decorar con todos los colores que desees. Grandes paseos, gente nueva, muchas sonrisas, fiesta, mucha fiesta, lugares especiales, personas que quizás podrían serlo, una maleta llena de sueños, aspiraciones, ilusiones; y eso que me hace perder la cabeza: palacios, museos, jardines, iglesias, mármol de Carrara (sí, lo sé, no es algo del todo normal). Pero sobre todo mucha incertidumbre, confusión, sentirse menos que nadie, más pequeño que una hormiga.
Me gusta coger el metro, escuchar las conversaciones, quedarme en la estación de Sol viendo como pasa la gente. Me gusta pasear con el Retiro cuando el cielo está nublado, perderme entre parterres, glorietas, senderos y estanques. Me gusta tumbarme en el césped de plaza de España escuchando el callado murmullo de los surtidores de las fuentes. Me gusta Madrid.

Bienvenidos a mis sueños de Madrid.