Si me callo reviento, como un tambor, una olla a presión. Tengo un serio problema, un problema que no sé como tratar. Y encima he de hacerlo todo por escrito:email, carta o fax. Tanto escribir palabras tiene una sencilla razón. Me pierdo y no me encuentro. Intento hablar, se me va el santo al cielo, tartamudeo, las palabras se embriagan y se confunden, trastabillan y salen a trompicones. Toda la culpa de esto la tienen tus ojos. Intento esquivarlos, rodeo los confines de tus pestañas, busco distraerme en la curva de tus labios. Mis propios ojos son los que me traicionan, pasan de mi estudiada cordura y se posan fijamente en los tuyos; insistentes, anhelantes. Sedientos del alcohol que destilan tus pupilas. Todo deja de tener un orden lógico, arriba es abajo, izquierda es derecha. Caen las defensas y mueren las medias tintas y los disimulos. Me abandono a la clorofila de tus ojos. Me dejo llevar entre tus retinas. Pienso cosas descabelladas, hago planes de futuro a largo plazo; techos altos, viajes, sueños, ilusiones. Yo, me, mí, contigo. El tiempo deja de tener algún sentido; los relojes se convierten en espirales sin ningún objetivo (parten momentos, dividen los días, nos joden los besos). Tamaño y garrafal problema, me encuentro inmerso en la más placentera de la cárceles. Tú.
Vainilla, ciudad imperial, comida en cantidades industriales, besos eternos, abrazos inmensos, mañanas a tu lado, domingos astrománticos, leyendas mayas, azulito, quererte como un loco, Rosaleda, canciones para sonreír, amordemivida, celos, tartamudeos, sonrisas que no se pueden ocultar, presentaciones, promesas, ilusiones, clones de miegda. Tú.
Dos, y lo que queda, tí.